martes, 7 de febrero de 2012

Gallardón, mon amour


Siempre he imaginado que me casaría en alguna catedral imponente, de las que quitan el hipo con su rosetón y sus vidrieras. En ese día tan especial tendría junto a mí a mis padres, a mi familia, a mis amigos. Mi madre iría preciosa, y sería una madrina formidable. La catedral estaría decorada con rosas blancas y tulipanes naranjas. El párroco de turno soltaría uno de esos discursos infumables pero a mí me daría igual, porque sé que estaría toda la misa llorando. Después de la ceremonia, acudiríamos a un precioso banquete en el que todos los invitados degustarían comidas exóticas. Nada de lechones ni carrilladas. Que innoven. Yo estaría radiante. Mucho más que eso. En un chaqué que haría envidiar a Fred Astaire si acaso pudiese verlo. Mi marido, naturalmente, también luciría sus mejores galas para la ocasión. MEEEEEEEEEC. Ya la he liado.

Bien sabe Dios, y nunca mejor dicho, que en este plan idílico hay un pequeño error insalvable. Acabo de mencionar que es una boda de dos maridos. Dos contrayentes masculinos. Dos señores. Con sus chaqués y sus pelos cortos. Sin ningún vestido, ni cola, ni velo. Con sus genitales masculinos. Vamos, que sí, que dos hombres, ha quedado claro. Y esto supone un pequeño problema. Dos hombres, entre sí, no pueden casarse por el rito católico, llamémoslo. Han de casarse mediante el procedimiento civil. Y tampoco en todos los lugares del mundo.

España es uno de ellos, desde hace apenas un lustro. El Gobierno de Zapatero decidió aprobar la Ley del Matrimonio Homosexual (que ya es infumable desde su propio nombre) con el rechazo del Partido Popular en casi plena totalidad. Digo “casi” porque la ex ministra Celia Villalobos decidió votar a favor de dicha Ley. El Matrimonio Homosexual se aprobó, como digo, para poder permitir la unión civil de dos hombres con los mismos derechos que la de un hombre y una mujer. Y también, naturalmente, con los mismísimos derechos para dos mujeres que se casan entre ellas. Aunque, entre vosotros y yo, ¿conocéis a alguna bollera que quiera casarse? No, yo tampoco. El día que hagan Granjera busca esposa será un fracaso total. Otro más para la carrera de Luján Argüelles. Además, el casting sería complicadísimo. Todas las lesbianas ya parecen, de por sí, auténticas granjeras.

El Partido Popular mantiene un recurso en contra de esta Ley. El propio presidente del Gobierno actual, Mariano Rajoy, considera que el matrimonio homosexual es “inconstitucional”. Esto es todavía más curioso, ya que de la propia Constitución –la vigente, de 1978- se extrae que: “El hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica (…) la Ley regulará las formas de matrimonio, la edad y capacidad para contraerla, los derechos y deberes de los cónyuges, las causas de separación y disolución y sus efectos”. La pregunta que os hago a continuación no es baladí: ¿La Constitución, en su artículo 32 –el citado- avala o no el matrimonio homosexual? ¿Dice la Constitución que el hombre y la mujer deban casarse entre ellos? No, no lo hace. Podéis volver a leerlo. Hacedlo. ¿Veis? No, no lo dice.

Quizá por eso, con un poco de inteligencia, el nuevo Ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, ha anunciado hoy que “no ve inconstutucionalidad” en la Ley del Matrimonio Homosexual”. Sin embargo, y con más picardía que inteligencia, ha añadido que “se esperará” a ver qué sentencia el Tribunal Constitucional sobre el recurso del PP. Vamos, que queda bien con todo el mundo pero si el TC deroga la Ley, pues igual de ancho se queda. Aunque para ancha ya tenemos a Castilla.

Inocente de mí, yo sigo viendo un leve gesto de esperanza y de amistad. Y más a sabiendas de que el PP ya se ha "desmarcado" de sus declaraciones. Porque la mayoría de argumentos en contra del matrimonio homosexual terminan derivando en que el matrimonio está ideado para formar una familia y que la familia sólo la pueden formar un padre, una madre y los hijos (o sólo uno) de ambos. Esta genialidad se desmonta por sí misma, ya que cuando uno acepta casarse y firma los papeles, sólo firma por una unión llamada “matrimonio”. En este “contrato” no se obliga a los contrayentes a tener hijos. Todos conocemos, al menos, a un matrimonio sin hijos. Y siguen siendo matrimonio. No hay cura que diga lo contrario.

Pero parece que algunos no lo ven tan claro. Todos tienen “un amigo gay” pero no le dejan hacer formal su felicidad. No le dejan ejercer uno de los derechos básicos del hombre –y la mujer- en España. Y aunque a esta parte de la sociedad le dé realmente igual lo que hagan el resto con sus bodas, han de meterse dentro. Pretenden privarnos de un derecho que reclamamos nosotros y que es nuestro; y que ellos ya tienen concedido. Si no estás a gusto con mi pareja, no asistas a mi boda. No me oficies una misa. Pero cállate y respétame. Igual que yo te respeto a ti. Estúpido. Ups, perdón.

Si los curas tuvieran crisis real, aceptarían bodas gays, aunque fuera sólo por el “donativo” que proporcionarían a la parroquia. Como yo sí estoy en crisis, pero crisis existencial, desde aquí animo a todos los interesados (en mí, naturalmente) en que me pidan matrimonio. Rapidito, a poder ser. Que nos cierran el chiringuito de aquí a dos días. Si lo llego a pensar más fríamente, me apunto al nuevo concurso de Cuatro. Para un éxito de verdad que tiene la pobre Luján…

¡FELIZ DÍA DEL ODIO A TODOS!

Roberto S. Caudet

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