La imagen pertenece al fotoperiodista Kevin Carter, nacido en Sudáfrica en 1960. Ahora mismo diría que tiene cincuenta años… pero el reportero se suicidó poco después de ganar un premio Pullitzer en 1994. Precisamente por esta misma fotografía. La polémica sobre si Carter había provocado la imagen, si no podía haber ayudado a la niña para que el buitre no la devorara y, por supuesto, su falta de escrúpulos e inhumanidad le llevaron a quitarse la vida después de confesar públicamente –repetidas veces- que odiaba la foto, que no podía volver a verla, que no estaba orgulloso de ella.
Hoy se ha originado un debate en mi clase sobre la circunstancia hipotética en el que un periodista –léase nosotros- nos encontramos cara a cara con una explosión enorme (posiblemente de gas) y gente quemada pidiendo auxilio. Naturalmente, las posibilidades rápidas e instintivas son dos: la primera, intentar socorrer al resto de personas; y la segunda, llamar a la empresa para la que trabajas y tener la exclusiva de lo sucedido. Los votos han estado mucho más repartidos de lo que os podéis imaginar, pero la mayoría –entre los que me incluyo- que decidiríamos llamar a nuestra empresa, lo haríamos mientras miramos la magnitud de lo sucedido para intentar ayudar a los posibles heridos, a los quemados. Sin embargo no todos pensábamos así.
Uno de los futuros periodistas –no diré cuál porque tampoco hace falta- planteaba que llamaría directamente al medio para el que trabajara y no atendería a las víctimas: “porque es periodista”. Es más, ha increpado a los que pensábamos ayudar a los quemados, diciendo que estábamos “entrometiéndonos en la faena de los médicos, bomberos y policías”, y que carecemos de “conciencia profesional”. Agárrense que vienen curvas.
Hacía días que no escuchaba una atrocidad semejante contra la propia dignidad, contra el auxilio, la humanidad y la ética. Pero, a diferencia de cómo haría en otras ocasiones, en esta no voy a personificar el Odio que viene sobre la persona que ha osado a argumentar con tanta necedad. Porque estoy seguro de que ella –vaya, ya he destapado que es fémina- no es la única que pensaba así en clase. Y lo peor, cientos de periodistas en activo, con total seguridad, opinan igual.
Para empezar, el argumento de que alguien que intenta socorrer a otro en un incendio, accidente o similar, se “entromete” en el trabajo de los médicos me parece, como poco surrealista. Ya me veo a todos esos con sus familiares dándoles un infarto y, lejos de coger el coche y llevarlos al hospital, lo que hacen es pedir cita para el médico de cabecera del ambulatorio. Imagino que tampoco cenarán si no es después de que Ferrán Adrià les ponga los platos en la mesa… no vaya a ser que si encienden la cocina se entrometan en la labor de los cocineros. Y mucho menos van explicarán a sus hijos qué es el Himalaya, el Taj Mahal, o los moriscos; que para eso ya están los profesores… y Jordi Hurtado en Saber y Ganar.
A estos personajitos les diré, simplemente, que, por ley, cualquier ciudadano español está obligado a socorrer a quien haga falta. De lo contrario, estarán cometiendo un delito de omisión de auxilio. Claro, que ellos son periodistas y, seguramente, estarán por encima del bien y del mal. Siempre y cuando uno trabaje para la SER puede ir por la autopista viendo accidentes y no parando en ninguno… salvo si ha de hacer una conexión en directo.
El hecho de ser periodista no está por encima de ser persona. Lejos quedaron ya los reyes “sol” que creían que sus poderes provenían de la gracia de Dios. Ahora la gente es humana, terrenal, y tiene sentimientos. Y cuando ve un accidente, lo lógico –al margen de la ley- es ir a ayudar, a socorrer. O al menos llamar al 112, no a tu jefe para que te mande un cámara al lugar de los hechos. Pero claro, quizá es que no tengo conciencia profesional. Qué risa me da. Imagino ese accidente y un montón de testigos con conciencias profesionales: el profesor estaría dando clase de matemáticas a los heridos leves, la peluquera intentaría hacer postizos con los mechones que no estén muy quemados, el músico de orquesta apilaría neumáticos para montar un concierto improvisado, y el carnicero… mejor no digo lo que haría él.
En el caso de la imagen principal del artículo, la opción más humana, la más coherente y digna; habría sido hacer la foto –o no- y acto seguido coger una piedra para espantar al buitre. Llevar a la niña a algún campamento o centro médico que hubiera podido haber cerca, y esperar a que los médicos o el ciclo de la vida hicieran el resto. Porque, seamos justos, la fotografía es lo suficientemente explícita para demostrar que esa niña no hubiera sobrevivido ni comiendo durante cuatro horas seguidas. Qué error pensar en espantar el buitre, me dirán esos inmorales. No tengo conciencia periodística. Pero al menos tengo valores, diré yo. Y con la cabeza muy alta.
Quiero ser periodista. Lo he deseado desde hace muchos años. Y estudio para ello. Me formo para ello. Respiro, incluso, para lograrlo. Pero al margen de la profesión, también tengo una serie de principios que me impedirán hacer según qué cosas. Y una de ellas será no ayudar a alguien que está muriéndose delante de mí (y yo puedo evitarlo) por sacarlo en pantalla en exclusiva. Lo siento –no, realmente no- pero yo por ahí no paso. Si por ser humano ahora resulta que no seré buen periodista, pues quizá me he equivocado de profesión. Pero tengo la certeza de que los equivocados son ellos. Al menos con sus argumentos.
Qué curioso es descubrir que los mismos que dicen que hay demasiada telebasura en televisión, que hay miembros de la profesión que son indignos; son los que dan la mala imagen, los que convierten a la profesión en denigrante, en un trabajo sin respeto ni dignidad. En una mierda, vamos. Qué trágico es saber que, al final, son ellos los que reforman la frase y gritan sin miedo: Yo, por publicar una noticia, ma-to.
Roberto S. Caudet