miércoles, 7 de agosto de 2013

Blancanieves, Bella y otras Princesas Disney: Toda la verdad




Hoy me he despertado algo harto. Con esa sensación de estar hasta las narices de pensar que se creen que somos tontos. Que nos chupamos el dedo y que nos vamos a creer todos los finales felices que nos vendan. ¿Pero qué broma es ésta? Ni los príncipes son gentiles ni las princesas son delicadas ni, mucho menos, las brujas van a volverse bondadosas al ver a una niñata rubia consentida pincharse con una rueca. Basta ya. Os voy a contar la verdad. ¿Qué ocurrió tras la última escena de la película…? No hay Princesa Disney que se salve, os lo aseguro. Las fotografías, que confirman lo que digo, son de la grandísima Dina Goldstein. Estad atentos, porque los dibujos se han convertido en personas... Y la realidad es muy diferente.



En este mundo cruel y machista, Blancanieves se quedó cuidando de sus siete ‘enanitos’ durante días y días, mientras su Príncipe se pasaba las horas mirando los partidos de cuarta regional en algún canal de pago, sentado en el sofá y sin más preocupación que la de que su cerveza se quede caliente.



Tampoco le fue mucho mejor a Aurora, la Bella Durmiente. Su Príncipe no la quería tanto, porque tenía miedo al compromiso y además él era más de relaciones esporádicas. Así que su beso de amor jamás llegó a despertarla del todo, y en la siguiente siesta, volvió a caer rendida. Han pasado los años y él la conserva… en su residencia de la tercera edad.



Al menos, ellas dos lograron vivir una auténtica relación de amor. A la Cenicienta su Príncipe la abandonó cuando descubrió  que tenía dos callos en el pie derecho. Y ahora se pasa las horas en un bar de carretera, esperando a que algún camionero solterón la vea perder otro zapato, o un tampax, y acudan en su ayuda.



El caso de Bella es aún peor. Vive en un castillo superficial y es esclava de su cuerpo. Obsesionada con no perder su encanto natural que le dio su nombre, se somete anualmente a 15 operaciones de cirugía estética. Y tiene un bono anual con la mayor industria del bótox.



Caperucita Roja no se preocupa tanto de su físico. Qué va. Continúa llevando cestas de comida a su abuelita, que sigue viviendo en la otra parte del bosque -porque aún no le ha dado a nadie por hacer un campo de golf-. Claro que de la fruta, las galletas y la miel ya nadie se acuerda. Ahora la abuela le pide Donuts, Bollycaos y un Happy Meal de McDonald’s, a ver si logra hacerse con la colección entera de los muñecos de turno.



La que se ha convertido en una auténtica muñeca es Ariel, la Sirenita. O, mejor dicho, ahora es un mono de feria. Desde que el hechizo volviese a la normalidad y ella recuperase su cola de pez, el Príncipe Éric decidió venderla al Oceanogràfic de Valencia por un módico precio, y ahora luce junto a dos peces, cuatro estrellas de mar y un par de tortugas, mientras los niños la ciegan con sus flashes y los entrenadores le dan como aperitivo un par de boquerones fríos cuando aplaude.



Mucha peor suerte ha tenido Jasmine. Su querido Aladdín trabaja como espía para la CIA estadounidense y ella se ha quedado sola en su ciudad, intentando luchar contra las múltiples guerras civiles e invasoras que continúan buscando las armas de destrucción masiva, o algún pequeño pozo de petróleo. Ha cambiado la lámpara mágica por una metralleta. Pero aún se resiste a vestir un burka.



Rapunzel ha tenido que vivir la más cruel y cruda de las realidades que azotan a nuestra sociedad actual. La última sesión de quimioterapia la ha dejado completamente sin pelo, y pasa las horas mirando su larga trenza, con un gotero en la muñeca, esperando a que el oncólogo le diga que todo está bien, y que pueda volver a ser la de siempre… Una historia cruel, pero tan real que impacta. Y tan emotiva como divertida.



¡FELIZ DÍA DEL ODIO A TODOS!










1 comentario: