domingo, 13 de febrero de 2011

Te amaré siempre


Prepararé una cena que no sea fácil de olvidar. Dos pelis de las buenas, que endulcen lo que tengo que contar

(“Prepararé una cena”, Merche)

La velada no podía ser más perfecta. Las gulas me habían salido riquísimas, y eso que me había olvidado de añadirles el ajo mucho antes. Ya nos habíamos acabado las dos primeras copas de vino, y todavía seguíamos bien. Uno más que otro, claro. La ternera llegó después. Muy tierna, en su punto. Ricardo no dejaba de decirme lo bien que cocinaba. Nuestras miradas de deseo eran cada vez más continuas y yo sabía que él estaba esperando a que le dijera “éste es el último” para poder desabrocharme la camisa como solía hacerlo cuando quería que me comportase como una auténtica cerda en la cama. Y luego en la ducha. Pero esta vez sería diferente. En esta ocasión sería yo quien le destrozara la camisa.

No llegamos al postre. Ricardo empezó a toser. Su rostro señalaba auténtica asfixia. Se ahogaba. Empezó a vomitar. Era de un color extrañísimo, tirando a granate. Más tarde, mientras lo limpiaba todo, descubrí que era sangre. En la “tienda” no me habían dicho que fuera así, tan asqueroso. Me dijeron que el arsénico actuaba rápido, ipso facto. Que en dos segundos acabaría con su vida, sin hacerlo sufrir. Pero no era así, y Ricardo me estaba empezando a dar más lástima que asco. Ya no había vuelta atrás. Me miró con su último sorbo de aire, sin entender nada. Todavía lo descolocaba más verme inerte, con total pasividad.

Ahora todo tenía que ser muy rápido: debía quitarle la ropa. Toda. Y meterla en diferentes bolsas de la compra. Junto a las cáscaras de naranja y limón que ya había separado con anterioridad. Así, la sangre y el vómito olerían menos y nadie sospecharía. A continuación, lo saqué a la terraza. ¡Qué suerte haber comprado el ático dúplex! Saqué la sierra mecánica, y empecé a destrozar su cuerpo encima de aquella sábana remendada. Primero fueron los brazos. Luego las dos piernas. Y finalmente la cabeza. Me llevó más de lo pensado, ¿quién iba a imaginar que un hueso fuera tan duro? Acto seguido, cogí más bolsas, y les añadí abono de las plantas. Así la sangre se confundiría con la tierra. Qué grande eres, Agatha Christie. Y cómo me habéis ayudado vosotros, los chicos de Horatio, de CSI Miami.

Bajé al coche y lo metí todo en el maletero. La ruta comenzó por el Ebro. Allí me deshice de la camisa, los zapatos y los brazos. Luego fui donde las obras de aquella nueva carretera, y enterré los pantalones y una pierna. La cabeza y la otra pierna las tiré, junto a su ropa interior, al mar. Los catorce de febrero, las playas de Barcelona están muy vacías. Siempre es bueno saberlo. Finalmente, me fui hacia el vertedero municipal y eché rápidamente el tronco junto a un montón de a saber qué.

Quizá, otros maridos que, como el mío, se pasaban el día fuera de casa, con su BlackBerry y sus amigos de la oficina. Maridos que, como el mío, llegaban a casa a las tantas y fingían que no les importaba dejar de ver el partido para quedarse conmigo viendo la película de la semana. Maridos que, como el mío, compraban cada Navidad, cada cumpleaños, cada aniversario y cada San Valentín, lo mismo: el libro que les había recomendado alguna zorra en la librería o que, directamente, sólo traían bombones a casa. Esos con licor que jamás me han gustado.

Llegué a casa. Pasaban de las cuatro y media de la mañana. Fui directa al dormitorio. Me apetecía cambiarme y ponerme muy sexy. Me apetecía llamar a alguno de mis amigos y decirle que Ricardo se había ido con otro. Y que me lo había dicho justo después de la cena. Que vinieran a consolarme y acabáramos en la cama. Y luego en la ducha. Pero no fui capaz. Justo encima de mi parte del almohadón había un paquete y una carta. Abrí primero la carta:

Querida Berta, el martes hace, exactamente, 25 años que nuestras miradas se cruzaron, por primera vez, en aquel supermercado. 25 años de la primera vez que supe que el amor existía, estaba enfrente de mí, y me haría feliz el resto de mi vida. No te lo quise decir antes, pero me han ascendido en el trabajo. Con el dinero de más que tendremos a final de mes he decidido, para empezar, comprar dos billetes para Tailandia. Sé que es un viaje que siempre has querido realizar y nunca has podido. Tu madre me lo cuenta siempre que la llamo para preguntarle si sigo comprándote un libro o si preferirás bombones. Qué maja es. Ahora abre el paquete de al lado. Es un anillo de oro blanco, un diseño exclusivo del que sólo se han hecho tres. Quiero que nos volvamos a casar. Por los 25 años. Berta, te amo. Te amaré siempre”.

¿Cómo? No puede ser… Me eché a llorar. Había asesinado a Ricardo, y lo había hecho llevándome por la ira de saber que todas mis amigas se seguirían riendo de mis regalos absurdos, mientras ellas tenían nuevos pendientes de Cartier, algún coche e, incluso, un viaje a las Bahamas. Y yo sólo tenía un libro. Un maldito libro. El Día de San Valentín había acabado conmigo, definitivamente. ¿Y ahora qué? Había asesinado al único hombre que me había querido en toda mi vida. Que me había querido de verdad. Y yo pensaba que era todo mentira. Abrí corriendo el paquete. Efectivamente, la sortija era preciosa, espectacular. Me la puse en lugar de mi anillo de casada. Me di una ducha de agua bien fría. Me dejé el pelo al viento y me fui de fiesta. Sería mejor dejarme de amigos, y buscar a un hombre nuevo. ¿Y si sale mal, Berta? Bueno, todavía te queda medio frasquito de arsénico... Y no caduca.

No os dejéis llevar por fiestas absurdas. Y que el consumismo no se os suba a la cabeza. Por si acaso, tampoco veáis Chicago. Feliz San Valentín a todos. Nos vemos el martes, con la Crónica de OT 2011 que esta semana se emite, excepcionalmente, el lunes 14 de febrero. Hasta entonces,

¡FELIZ DÍA DEL ODIO A TODOS!

Roberto S. Caudet

8 comentarios:

  1. A veces, a uno le cuesta ver el amor, porque nos educan para mil cosas, menos para eso. Y dentro de la poca educación afectiva que recibimos, está la de regalar cosas en fechas señaladas. Mi festejo de San Valentín no va a tener regalos materiales, porque yo recibo todos los días los inmateriales, que me gustan más. Estoy de acuerdo, el consumismo se sube a la cabeza. Yo soy feliz sin bombones ni libros, ni anillos o pendientes.
    Me gusta mucho el relato, un poco tétrico, pero viene bien con tanta dulzura

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  2. Eso era lo que pretendía. Revolver un poco las tripas para romper tanto color rosa... Odio absolutamente el Día de San Valentín. Es la fiesta más tonta de todas con diferencia.

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  3. mas dejao que no se que decir. Definitivamente, las decisiones tomadas en caliente no son las mejores. Hay que ser frio para hacer algo así, sobre todo cuando se piensa y se trama todo. San Valentin es una fecha bien bonita, a mi al menos me gusta y hay qeu disfrutarla al maximo.

    Un beso cielo

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  4. No esperaba dejarte de otra manera... :) He hecho uno de los post más sensacionalistas y desgarradores del blog, creo :)

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  5. "el libro que les había recomendado alguna zorra en la librería o que, directamente, sólo traían bombones a casa. Esos con licor que jamás me han gustado."

    Me encanta esa parte, es muy amor. Original entrada para San Valentín : ) El día que me plantee celebrar esto, me pegaré a mí misma o maldeciré los pastelones de comedias de Hollywood.

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  6. eso le pasa por esperar 25 años para escribir una carta así... y es que San Valentin y unos cuantos años no son na...
    el amor hay que demostrarlo cada minuto de cada dia

    feliz día de no valentin

    me ha encantao la entrada
    besos

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