Hoy me he despertado algo harto.
Con esa sensación de estar hasta las narices de pensar que se creen que somos
tontos. Que nos chupamos el dedo y que nos vamos a creer todos los finales
felices que nos vendan. ¿Pero qué broma es ésta? Ni los príncipes son gentiles
ni las princesas son delicadas ni, mucho menos, las brujas van a volverse
bondadosas al ver a una niñata rubia consentida pincharse con una rueca. Basta
ya. Os voy a contar la verdad. ¿Qué ocurrió tras la última escena de la
película…? No hay Princesa Disney que se salve, os lo aseguro. Las fotografías,
que confirman lo que digo, son de la grandísima Dina Goldstein. Estad atentos, porque los dibujos se han convertido en personas... Y la realidad es muy diferente.
En este mundo cruel y machista,
Blancanieves se quedó cuidando de sus siete ‘enanitos’ durante días y
días, mientras su Príncipe se pasaba las horas mirando los partidos de cuarta
regional en algún canal de pago, sentado en el sofá y sin más preocupación que
la de que su cerveza se quede caliente.
Tampoco le fue mucho mejor a
Aurora, la Bella
Durmiente. Su Príncipe no la quería tanto, porque
tenía miedo al compromiso y además él era más de relaciones esporádicas. Así
que su beso de amor jamás llegó a despertarla del todo, y en la siguiente
siesta, volvió a caer rendida. Han pasado los años y él la conserva… en su residencia
de la tercera edad.
Al menos, ellas dos lograron vivir
una auténtica relación de amor. A la Cenicienta su Príncipe la
abandonó cuando descubrió que tenía dos callos en el pie derecho.
Y ahora se pasa las horas en un bar de carretera, esperando a que algún
camionero solterón la vea perder otro zapato, o un tampax, y acudan en su
ayuda.
El caso de Bella
es aún peor. Vive en un castillo superficial y es esclava de su cuerpo.
Obsesionada con no perder su encanto natural que le dio su nombre, se
somete anualmente a 15 operaciones de cirugía estética. Y tiene un
bono anual con la mayor industria del bótox.
Caperucita Roja no
se preocupa tanto de su físico. Qué va. Continúa llevando cestas de comida a su
abuelita, que sigue viviendo en la otra parte del bosque -porque aún no le ha
dado a nadie por hacer un campo de golf-. Claro que de la fruta, las galletas y
la miel ya nadie se acuerda. Ahora la abuela le pide Donuts, Bollycaos
y un Happy Meal de McDonald’s, a ver si logra hacerse con la colección
entera de los muñecos de turno.
La que se ha convertido en una
auténtica muñeca es Ariel, la
Sirenita. O, mejor dicho, ahora es un mono de feria.
Desde que el hechizo volviese a la normalidad y ella recuperase su cola de pez,
el Príncipe Éric decidió venderla al Oceanogràfic de Valencia
por un módico precio, y ahora luce junto a dos peces, cuatro estrellas de mar y
un par de tortugas, mientras los niños la ciegan con sus flashes y los
entrenadores le dan como aperitivo un par de boquerones fríos cuando aplaude.
Mucha peor suerte ha tenido Jasmine.
Su querido Aladdín trabaja como espía para la CIA estadounidense y ella se ha quedado sola en
su ciudad, intentando luchar contra las múltiples guerras civiles e invasoras
que continúan buscando las armas de destrucción masiva, o
algún pequeño pozo de petróleo. Ha cambiado la lámpara mágica por una
metralleta. Pero aún se resiste a vestir un burka.
Rapunzel ha tenido
que vivir la más cruel y cruda de las realidades que azotan a nuestra sociedad
actual. La última sesión de quimioterapia la ha dejado completamente sin pelo,
y pasa las horas mirando su larga trenza, con un gotero en la muñeca,
esperando a que el oncólogo le diga que todo está bien, y que pueda
volver a ser la de siempre… Una historia cruel, pero tan real que impacta. Y
tan emotiva como divertida.
¡FELIZ DÍA DEL ODIO A TODOS!
ajajajajaja Muy fan de las princesas Disney, mi favorita AURORA
ResponderEliminar