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sábado, 14 de agosto de 2010

"Es muy guapo pero tiene el culo enorme"


El jueves estuve de compras. Hacía ya semanas que no compraba nada de ropa y eso en mí es especialmente extraño, el mundo lo sabe. Iba con mis padres tienda por tienda en busca de unas bermudas negras, aunque el resultado fue bien diferente. No hablaré de ninguno de los 6 pantalones que me compré, ni de sus precios, ni de las chanclas ni las botas. El jueves viví uno de esos momentos incómodos que uno no desea tener que vivir nunca.

Estaba yo tan ricamente en el probador de una de tantas tiendas Inditex probándome unos pantalones pitillo color mostaza cuando entraron a la zona de probadores una pareja de chicos no mucho mayores que yo. Mi radar detectó que eran una pareja reciente, a juzgar por el chupetón de uno de ellos en la parte izquierda del cuello y de cómo el otro había respondido a una de mis múltiples miradas lascivas involuntarias, a lo Ally McBeal.

Los tres seguimos probándonos ropa. Ellos se miraban entre ellos, y yo le pedía consejo a mi madre. Y entonces ocurrió la tragedia. La pareja resultó ser, efectivamente, un par de tortolitos, y franceses. El más bajito de los dos comentó alegremente “Mi amor, míralo, me gusta mucho el chaleco que lleva”. A lo que el alto y rubio soltó con un perfecto acento schti: “es bastante guapo, pero tiene el culo enorme”. En ese momento maldije saber francés y haber entendido lo que el muy imbécil había dicho sobre mi culito perfecto que en ese momento, para no faltar a la verdad, se embutía en unos pantalones color berenjena que no dudé en comprarme luego. De una talla más.

Diferentes imágenes sobrevolaron mi mente. En la primera serie de ellas, yo me aventuraba a maldecir al rubio de los cojones de por vida y le clavaba el mástil del probador en su ojo izquierdo hasta perforarle el cerebro. En la segunda tanda de imágenes me limitaba a salir con una bata de cola y gritarle: “Eres un gran necio, un estúpido engreído. Un payaso vanidoso”. En lugar de ello, me resigné a salir del probador ante la duda de si preguntarle a mi madre si me quedaban bien los siguientes pantalones o empezar a rumiar y a escupir las espinacas que había comido en el Gino’s horas antes.

Bien sabe Dios que si hay dos cosas con las que uno no se puede meter nunca es con el nivel intelectual y el físico de las personas. En ningún caso es elección de la persona salir de una manera u otra. Así, es absolutamente denigrante y cruel aprovecharse de los defectos de alguien para hacer mofa o siquiera rechazar a alguien. Y hace tres días tuve que sufrirlo yo. Pues qué divertido. Qué planazo.

Hoy, y sin venir mucho a cuento, me acuerdo de un gran amigo al que conocí hace unos seis años y que estuvo ingresado un mes -y sin visitas- a raíz de un infarto que le pudo causar la muerte. Un chico de 20 años que medía un metro setenta y cinco y pesaba cuarenta y nueve kilos. Él no es el único que sufre anorexia o bulimia en este planeta y la mayoría de casos empiezan con una anécdota estúpida como la vivida el otro día. Un día se sienten enormes para su tamaño y la mañana siguiente empieza una dieta del “no meriendo, no desayunoque termina por tirar cualquier mínima caloría ingerida.

Todos los que hemos sufrido una enfermedad así tan de cerca sabemos lo dura que es la impotencia de no poder obligar a nadie a comer y a que haga la digestión normal. Lo terrible que es saber que una persona se va consumiendo cada día por una serie de estereotipos que ha visto en televisión, en revistas, y tú no puedes hacer nada que no sea “qué guapo estás hoy, pero unos quilitos más te vendrían mejor”. Qué terrible es vivir las barbaridades que se pueden hacer con el físico por gustar a los demás y lo dañinos que son unos comentarios tontos y superficiales en un momento emocional inestable.

Hoy me acuerdo de ti, Dani, y Odio a todas aquellas personas que te hicieron pensar que no pasaba nada por dejar de comer en una semana, en dos. Odio a todas las campañas publicitarias que se permiten el lujo de mostrar al mundo a niñas esqueléticas como modelos de belleza. Odio las pasarelas de moda en las que en lugar de ropa desfilan un montón de huesos. Odio a los no cirujanos que operan a miles de mujeres al día de manera ilegal y con unas medidas insalubres por cuatro perras y se aprovechan de sus vulnerabilidades. De la desesperación de estas señoras.

Odio a la Barbie, a las Bratz, a todas las muñecas que si fueran humanas no se tendrían de pie. A todos los retoques de Photoshop que hacen a las cantantes y modelos para parecer “perfectas”. Odio a la mente humana por permitir que se dañen los cuerpos de esa manera. Odio al señor que inventó la anorexia y la bulimia y a estas dos enfermedades asquerosas por llevarse cada día a cientos de personas que no veían sino un espejo distorsionado que les mostraba una realidad muy deforme. Y, por supuesto, odio al francés que osó llamarme culogordo.

Y, nuevamente y para no alargar, os dejo en el primer comentario del artículo la canción Dieciséis”, de Chenoa, una letra simple pero directa, que resume, básicamente, la espiral en la que terminan millones de personas al año que empezaron con una dieta tonta sacada de una revista.

Feliz Día del Odio a todos. Muerte a la Operación Bikini.

Roberto S. Caudet