La guerra es la viva imagen de la decadencia máxima del comportamiento humano. Un claro desentendimiento entre sociedades que conlleva a la destrucción y la muerte. Si las primeras guerras se organizaban mediante el llamado “cuerpo a cuerpo”, ahora se pueden maniobrar desde la distancia. Aviones y misiles de gran alcance resultan mucho más devastadores que cientos de hombres armados con arco y flechas, como antiguamente. Aún así, una guerra suele tener varios escenarios claros y, entre ellos, siempre destaca el lugar en que caen las bombas o se dispara a más personas.
Con este panorama descrito, informar de lo que sucede en una guerra resulta una tarea muy complicada. En algunos casos, verdaderamente imposible. Los periodistas hemos conseguido hacer creer a las personas que la verdad siempre es accesible y se puede ofrecer mediante un artículo escrito en un papel, un mensaje por radio o unas imágenes en un informativo televisivo. Desde descubrimientos científicos hasta las fiestas de un pueblo recóndito. Todo parece estar al alcance de los periodistas. Incluso las guerras. Y a crear esta imagen ha ayudado la industria de Hollywood, con sus películas de propaganda del ejército norteamericano. Títulos como El halcón de los mares (1940), 7 de diciembre (1943), Top Gun (1986) o, incluso, Buenas noches y buena suerte (2005) son un perfecto ejemplo de ello. Vanagloria de los soldados americanos y defensa del buen periodismo por encima del bien y del mal.
Las batallas contadas como anécdotas (pese a los ingredientes obvios de tragedias) facilitan que lleguemos a pensar que los periodistas han podido infiltrarse siempre en el meollo de las guerras para dar a conocer a la gente lo que ocurría. Y hasta cierto punto, es verdad. Durante la Segunda Guerra Mundial y durante la Guerra de Vietnam, miles de periodistas acreditados acompañaban a los militares en sus batallas y en sus trincheras. Vivían el día a día con ellos. Informaban de lo que ocurría de primera mano, o gracias a los altos cargos que les iban ofreciendo datos. Sin embargo, estas informaciones no eran más que una versión de los hechos. Y las noticias salían (si es que salían) partidistas y distorsionadas. Algunos periodistas ofrecían igualmente una versión tergiversada de la realidad, simplemente para defender al gobierno de turno con el que compartían ideología y, en algunos casos, intereses políticos y económicos.
Pero lo verdaderamente preocupante es cuando los medios de comunicación no pueden siquiera hacer esa manipulación (porque hay que llamarla así) de la guerra. Cuando los periodistas no pueden ejercer su derecho de informar. Cuando la gente no puede, de ningún modo, acceder a lo que está ocurriendo en una guerra. Y ocurre. Muchas más veces de lo que pensamos. Hace unos meses, los gobiernos occidentales recomendaban a sus ciudadanos no viajar a Egipto. Los propios periodistas estaban vetados –literalmente- en las zonas de máxima tensión. Averiguar qué ocurría con Gadafi se convertía en una auténtica odisea. Periodistas amenazados, secuestrados y hasta violados. Está ocurriendo actualmente en Siria. Las escasas informaciones que llegaban desde Egipto eran mucho más valiosas de lo que cualquiera pensase.
Afortunadamente (o quizá no), ahora hay una nueva clase de periodistas. Sin título y, muchas veces, sin estudios. Una cámara de fotos, un móvil y una conexión a internet es lo único que les hace falta. Son ciudadanos corrientes que, gracias a las redes sociales, ayudan a entender qué ocurre en los países en conflicto. Ayudan a despertarnos de la turbia realidad ofrecida por algunos medios de comunicación. En ocasiones, se convierten en fuentes para los periodistas. Y en otras, en los auténticos periodistas. No les hace falta analizar el contexto. Ni siquiera conocerlo. Sus imágenes son más explícitas y directas de lo que muchos medios ofrecerán nunca. La mayoría de periodistas los criticarán por su falta de rigor y profesionalidad. Por su falta de veracidad. La mayoría de ciudadanos entenderán y respetarán este Periodismo 3.0. Un nuevo concepto de periodismo puntual desligado a las ataduras de las empresas. Fotos y vídeos de valor incalculable realizados por los protagonistas y víctimas de la guerra, cuyo último recurso es la denuncia pública de la brutal realidad en la que les ha tocado vivir. Y yo los apoyo. Completamente. Por eso, mis imágenes de la Primavera Valenciana eran, en su mayoría, imágenes de estos nuevos fotoperiodistas puntuales. Y el que lo quiera entender, que lo entienda. Y al que no…
¡FELIZ DÍA DEL ODIO A TODOS!
Roberto S. Caudet
Un buen periodista es imparcial y verídico, y esto último, precisamente el hecho de que combata con la verdad, es lo que acarrea grandes problemas para ciertos grupos/personas.
ResponderEliminarYo admiro mucho a los periodistas por su labor de siempre estar informados e informar los hechos estén donde estén, sin importar cómo. Y me estremezco de pies a cabezas cuando leo noticias como las de aquellos que son asesinados brutalmente en Ciudad de Juarez solo por cumplir con su deber, uno muy noble.
Besos de neón, me encanta lo que escribes