Un grupo musical musulmán promueve la violencia contra la periodista catalana Pilar Rahola. Según fuentes del diario ABC y del texto que se extrae de la denuncia que la periodista ha interpuesto, un grupo musical de carácter musulmán y radical incluye en el texto de sus últimas canciones frases tipo: “Voy a matar a Rahola”. La periodista lleva ya más de tres meses con protección personal. Pero la pregunta es… ¿qué ha ocurrido con Pilar Rahola y el Islam?
Todo se inicia cuando la periodista publica el libro “La república islámica de España” que he tenido el placer de leer y que, además, os recomiendo a todos. La república islámica de España no es un libro cualquiera. Eso lo adivina uno en cuanto descubre que lo primero que va a leer de la autora no son sus agradecimientos. Ni tampoco su prólogo. Ni siquiera un prólogo de otro escritor. Lo primero con lo que se topa el lector se llama “Intenciones” y, efectivamente, es el breve discurso con que Pilar Rahola toma contacto con sus lectores, advirtiéndoles de que el libro no es un texto contra el islam, ni tampoco contra los islamistas, sino que es un texto “contra aquellos que usan el islam para violentar, fanatizar, esclavizar y matar”.
Y aunque el manifiesto parece más una justificación y una defensa previa a lo que pueda ocurrir, la claridad de sus intenciones adivina ya que el libro no va a ser fácil de leer, sino más bien incómodo en algunos aspectos. Y así es. La república islámica de España se convierte en una auténtica bofetada democrática para los grupos islámicos más radicales (los salafistas, yihadistas, y “otros –istas”, que diría la propia Rahola) y, especialmente, a los que ocupan cargos de relevancia en la sociedad, como los dirigentes de Arabia Saudí, Catar e Irán; y también para algunos pensadores como Yusuf al-Qaradawi e imanes como Abdelwahab Houzi, el imán de la mezquita más importante de Lleida y una de las más influyentes en nuestro país y, por qué no, en el Mediterráneo.
Cada palabra de Pilar Rahola es un atrevimiento muy importante, como ella misma confiesa. La claridad con la que discurre y lo pesado de sus argumentos, provoca al lector continuas reflexiones sobre lo difícil que es ser una mujer musulmana, un homosexual musulmán o, simplemente, un pensador, profesor o médico musulmán bajo el mandato de algunos auténticos bárbaros. Pero no sólo es terrible la sumisión que lleva una gran mayoría de ciudadanos que, por miedo a ser rechazados, increpados y vejados, han de seguir las imposiciones de sus imanes, presidentes y demás. También en los países con democracia estas situaciones se dan. Y ya no son aisladas. Y, encima, están respaldadas por nuestras leyes de tolerancia y multiculturalidad.
Como dice el propio imán de la mezquita de Lleida, Abdelwahab Houzi, lo mejor de nuestros países es “la tecnología”. Porque gracias a ella, pueden difundir sus mensajes más rápida y eficazmente. Porque con ella han asesinado más brutal y cruelmente. Porque lo que nos hace más fuertes, también es nuestro talón de Aquiles. Igual que la democracia. ¿Cómo vamos a prohibir que una mujer, libremente, se preste a vestir un niqab? Ella es libre. Igual que es libre su marido de retenerla en casa. ¿Quién lo vigila? ¿Y quién vigila los discursos de las mezquitas? ¿Quién controla, realmente, el flujo de inmigrantes? Con el número que cuenta, actualmente, la población musulmana en España (tomo como fuente el propio libro), si se unieran todos para votar a un partido político común, alcanzaría más votos que CiU, EU y el PNV…
Lo preocupante no es que quieran luchar por sus derechos que puedan ser comunes (ya es raro que todos los musulmanes compartan las mismas necesidades e ideologías). Lo preocupante es que puedan utilizar nuestro poder legislativo y ejecutivo para intentar implantar sus costumbres salvajes, inhumanas y crueles, como ya han intentando hacer en algunas regiones francesas. Hasta la medida ridícula de tener un horario de piscinas para mujeres y otro para hombres, que existe actualmente en el país galo. Hechos impensables para los franceses –europeos, se puede generalizar- que han tenido que aceptar gracias a la democracia. Del mismo modo, la democracia española también tiene una serie de fisuras importantes en cuanto al poder judicial en relación con estos señores de Alá.
¿Que ponen un par de mochilas bomba en Atocha y asesinan a 191 personas? Los metemos en la cárcel un par de años. Y si se portan bien o leen un par de libros sobre el cristianismo, los sacamos antes. ¿Y si no se casan con cuatro mujeres, pero las van dejando embarazadas y las hacen convivir a todas en un mismo piso o en un mismo edificio? Les damos ayudas para madres solteras y, en caso de que alguna sea demasiado rebelde, como Fátima Ghailan, hacemos la vista gorda como bien supo hacer la alcaldesa socialista Judith Alberich. Porque también es preocupante la despreocupación, la ignorancia y la pasividad con la que nuestros gobiernos y jueces –y la propia sociedad- tratan al islam. Y más preocupante es aún que clubes de fútbol de la talla del Barcelona lleven la estampa de fundaciones islámicas cuyos líderes promueven ideas radicales, extremistas y agresivas. Pero lo más surrealista es que en esas mismas camisetas también aparezca el logo de UNICEF. Hasta dónde vamos a llegar…
Todavía es un tema tabú en muchas conversaciones. Todavía es algo inconcebible para muchas personas. Pero ya es una realidad. Y es una realidad con muchos radicales, aunque sigan siendo la minoría. Radicales que se inmolan. Que inmolan a niños y a mujeres embarazadas. Que no tienen piedad alguna ni siquiera con sus mujeres e hijas. Que practican ablaciones sin miramiento a auténticas niñas. Que conceden matrimonios concertados por dinero en los que señores entrados en edad abusan de pre-adolescentes. Y que, si los dejamos campar a sus anchas, pueden infectar a los musulmanes que no son radicales. A los que entienden los mensajes positivos del Corán. A los que rezan a su Dios, pero no odian al resto. Pueden infectar al resto de la humanidad. Y lo peor, pueden –y quieren- acabar con el resto de la humanidad. Porque no piensan como ellos. Porque no rezan como ellos. Porque beben cerveza. Porque son hombres que se besan con otros hombres. Porque son mujeres que quieren leer y estudiar… porque son libres.
Roberto S. Caudet