La semana va de aniversarios, y hoy es el día en que se cumplen cinco del día en que España dio el “Sí, quiero” a la propuesta del matrimonio entre personas del mismo sexo. Por ello, desde hoy mismo y hasta este domingo, Madrid celebra su Semana del Orgullo Gay. Les empiezas dando un día y te cogen la semana entera. Cómo son los mariquitas madrileños, ¿eh?
A muchos les parecerá una auténtica aberración leer esto de parte de un miembro del “Colectivo” pero tienen que entender que ni dentro de una minoría, porque se supone que los gays somos una minoría, también pueda haber discrepancias. Analicemos la situación.
El Día –porque empezó siendo uno- del Orgullo Gay era el momento elegido para la manifestación de la lucha por los derechos y libertades iguales para la ciudadanía heterosexual y la homosexual. Lo cual me parece muy lícito y muy coherente. Países en los que los gays no pueden donar sangre (Andorra, sin ir más lejos) dejan mucho que desear. En otros, la homosexualidad es un delito. En unos cuantos una enfermedad. Y en pocos, por suerte, se buscan y matan a todos los gayers por degenerados mentales.
Entiendo, pues, un día en el que reivindicar la eterna lucha. Pero que no se crean los gays que son los únicos desprotegidos en el mundo. Las mujeres cobran en nuestro país alrededor de un 13% menos que los hombres por un mismo trabajo realizado. Tienen la mitad de cargos de poder. Y los inmigrantes también cobran alrededor del 18% menos. No, ¡quieto todo el mundo! Dejad las carrozas y la purpurina. No quiero más carnavales fuera de tiempo. La actual fiesta gay es demodé y debería ser censurable. Si hay un día en el que me gustaría ser nazi, ése es hoy.
Nunca llegaré a comprender qué toman, qué fuman o qué se inyectan todos esos entes que “desfilan” en el Día del Orgullo Gay. En primer lugar, ¿por qué “desfilan”? ¿Y las carrozas? ¿Los gays, además de poco hombres, son vagos? No lo entiendo. Es bueno que los dueños de las carrozas hagan otros negocios además de la Cabalgata de Reyes, pero… no lo considero necesario.
En segundo lugar, el vestuario. ¿Es realmente necesario disfrazarse para manifestarse? Y eso los que se visten. Porque la mayoría de los gays que “se lucen” en las manifestaciones suelen ir sin camiseta. O sin pantalones. O sin ropa interior, directamente. A veces van hasta sin pelo. Ays. Es realmente cutre ver a un montón de chulos piscina que aprovechan el verano para lucir palmito –algunos van sin complejos, todo sea dicho-. ¿Irían igualmente semidesnudos si el Orgullo fuera en enero?
En tercero, las maneras. La forma de manifestarse me parece la más ilógica. Pero a ella se le suma el hecho de que todos vayan ondeando banderas con los siete colores del arco iris y se comporten como Norma Duval en sus primeros espectáculos. Son vulgares vedettes (que no pedetes) alzando sus plumas, moviéndose como prostitutas en celo pasadas de afrodisíacos. Y reafirmándose en unos amaneramientos del todo innecesarios. A todo este paripé se le suman un montón de besos gratis, un poco de sobeteo –o mucho, depende la franja de años- y varias toneladas de prejuicios hechos realidad.
Si lo que los homosexuales buscan es la igualdad, que empiecen ellos a demostrarla. Nada de carrozas. A pie. Nada de boas, ni de purpurina, ni de colores, ni de orgías gratuitas. No se puede reivindicar que son tan hombres como el resto pero andar vistiendo con tacones del 46, minifaldas color rosa fucsia y carmín en los labios. Predicar con el ejemplo les vendría muy bien a muchos de ellos que no luchan, se exhiben. Que no protestan, se suman a la festividad que honora al sexo por el sexo. Lo que se escenifica el Día del Orgullo denigra al colectivo homosexual. Tira por tierra todos los valores que intentamos vender los demás. Multiplica las injusticias y los comentarios denigrantes.
Ni siquiera los tres pregoneros de este año en Madrid son homosexuales: Inmanol Arias, Ana Milán y Karmele Marchante. ¿Quién ha contratado a esos tres? ¿Por qué motivo? Ellos no viven las injusticias, no lo sienten en sus propias carnes, ¿qué van a decir al respecto? Puros comentarios banales y gratuitos que sabría decirlos la planta que tengo medio muerta al lado del ordenador. Si lo que se quiere es venderse bien, que busquen a homosexuales para hacer el pregón. Y que sean personas cultas, ilustres, luchadoras. Que me traigan a Miss Tsunami es patético. Como lo es que los cantantes que van luego a la fiesta sean todos refritos de Operación Triunfo: Natalia –la cual aprovecha el momento para sacar el videoclip de su último disco-, Venus, Labuat…
Y, por cierto, el PSOE ha declarado esta misma mañana que “el PP no está invitado al Orgullo Gay”. ¿También hay propaganda electoral aquí? Cualquier momento es bueno para venderse, desde luego. Las etiquetas que se empeñaban en destruir a estas horas de la tarde se están mostrando una a una en Chueca, el barrio gay de Madrid. Porque señores, hasta hay un barrio-sectario donde viven todos. Qué bonito. Como los pitufos.
La homofobia se combate en el día a día. Consiguiendo el mismo puesto de trabajo. Mostrando el amor con tu pareja por la calle. Haciendo cambiar de pensamiento a los retrógrados. Luchando en los parlamentos. En las urnas electorales. Mostrándose tal y como se es. Sin locuras. Sin sobreactuaciones. El día en que se tenga que votar, votaré. Si hay que firmar, firmaré. Si hay que matar, pagaré un sicario. Pero que no cuenten conmigo para ese circo. Yo no formo parte de ese colectivo que nos venden estos días. Hoy no soy homosexual. No de esa clase.
Roberto S Caudet